miércoles, 9 de enero de 2013

Sumiso y esclavo


Las diferencias entre sumiso y esclavo, aunque a veces sutiles, son claras.

Un sumiso consensúa conmigo los límites y las prácticas. Lógicamente, si no me interesan o no coincidimos en estos puntos, la relación no tiene futuro, porque si yo exijo más de lo que puede dar de sí o si su nivel de entrega acaba aburriéndome, lo mejor es aclararlo en un principio para evitar que ninguno de los dos pierda el tiempo.

Un esclavo no establece límites, se atiene a los míos. El esclavo no piensa en términos de sumisión sino de propiedad, no toma decisiones, está más predispuesto a realizar tareas incómodas independientemente de que sean repetitivas o desagradables. No espera ser consultado, acepta las decisiones. No se plantea finalizar la relación aunque legalmente podría hacerlo en cualquier momento, pero se supedita como propiedad sin más derechos que los que yo desee concederle.

El sumiso, ya sea por sus circunstancias personales o por decisión propia, se guarda parcelas de sí mismo aunque en los términos acordados se dé a mi totalmente. Tiene límites que se pueden forzar y otros inamovibles.

Estas son sólo algunas de las diferencias entre ambos, pero aunque existan, no significa que uno sea mejor que el otro sino que son diferentes.

Y en muchos casos el sumiso acaba entregándose como esclavo, aunque para ello es necesario un gran conocimiento mutuo que se consigue a través del tiempo.

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